sábado, 28 de octubre de 2017

Gay Talese - El motel del voyeur


"Su comentario me recordó la conocida escena de la película Ciudadano Kane, de 1941, en la que el señor Bernstein (interpretado por Everett Sloane) evoca sus recuerdos ante un periodista: «Uno recuerda muchas más cosas de las que la gente cree. Yo, por ejemplo. Un día, allá por el año 1896, iba a Jersey en el trasbordador. Al bajar nos cruzamos con los viajeros de vuelta. Entre los que subían había una joven. Iba vestida de blanco, y llevaba una sombrilla blanca también. Aquella visión duró un segundo, y ella ni siquiera me vio. Pero le aseguro que no ha pasado un mes desde entonces en que no haya pensado en ella»."

"Pero, además de todo esto, hay ocasiones en que de manera inadvertida un voyeur sirve de historiador social. Quedaba perfectamente claro en un libro que había leído hacía poco, titulado The Other Victorians. Lo había escrito Steven Marcus, biógrafo, ensayista y profesor de literatura en la Universidad de Columbia. Uno de los principales personajes del libro de Marcus es un caballero inglés del siglo XIX nacido en una familia adinerada de clase media que al parecer compensaba con creces su educación represiva manteniendo experiencias voyeurísticas, y también directamente íntimas, con una gran cantidad de mujeres: criadas, cortesanas, esposas ajenas (también tenía la suya propia), y al menos una marquesa. El profesor Marcus afirmaba que este caballero llevaba una vida de «estable promiscuidad»."

"Mi voyeurismo ha contribuido enormemente a convertirme en un pesimista, y detesto este condicionamiento de mi alma. Lo que resulta tan desagradable es que la mayoría de los sujetos están en sintonía con esos individuos en sus planteamientos. Si nuestra sociedad tuviera la oportunidad de ser voyeur por un día, abordaría la vida de manera muy distinta a como lo hace ahora."

viernes, 27 de octubre de 2017

Erich Auerbach - Mimesis: la representación de la realidad en la literatura occidental




Richard Ford - Flores en las grietas: Autobiografía y literatura


"Creo, y probablemente vosotros también, al menos en principio, que a veces el propósito de la literatura es insultar, ofender, conmocionar, reprender y crear incomodidad en los lectores, y que Randall Jarrell tenía razón cuando decía que necesitamos estar seguros de que lo que escribimos ofende a la gente apropiada. (En su estudio de 1951 de los poemas de Richard Wilbur escribió, más bien en interés propio, que «si tus contemporáneos nunca consideran que te equivocas, la posteridad nunca te dará la razón; hasta cierto punto todo escritor tiene que ser, a veces, una ley para sí mismo».)"

"El arte siempre se desarrolla como un acto de libertad, lo cual no significa que la opresión acabará con él, pero sí que le pondrá obstáculos y que a algunos nos privará de su generosidad y su luz. Sin embargo, conceder libertad a otros no es una virtud tan notable cuando se está de acuerdo con lo que éstos hacen. Sólo es una gran virtud cuando se acuerda permitir lo que a uno no le gusta. Es esa extraña, incómoda y vertiginosa cualidad del arte —que puede sorprendernos y decirnos cosas que no nos gusta saber— lo que lo diferencia de la política. Y es esta cualidad del arte la que hace de él algo tan frágil, precioso y atractivo."


jueves, 26 de octubre de 2017

George Orwell - 1984


Pascal Quignard - El sexo y el espanto


Jesús Carrasco - Intemperie


Nigel Barley - El antropólogo inocente



"Ya que por fin había conocido a mis dowayos, me moría de ganas de entablar conversación. «¿Sois todos dowayos?», pregunté. La perplejidad los dejó sin habla. Repetí la pregunta. Como uno solo, replicaron ofendidísimos. Negaban altaneramente tener ningún parentesco con aquella vil raza de hijos de perra. Ellos, a lo que parecía, eran dupa, y me dieron a entender que nadie sino un idiota podría confundirlos. Los dowayos vivían al otro lado de los montes. Nuestra conversación terminó ahí. Unos quince kilómetros después desembarcaron ante el colegio, con aire todavía ultrajado, y me dieron las gracias educadamente. Proseguí la ruta solo."

"No obstante, seguía convencido de que para los dowayos yo no era sino una simple curiosidad. Es falso que el aburrimiento sea una queja exclusivamente endémica de la civilización. La vida rural de África es tediosa a más no poder, no sólo para un occidental acostumbrado a una gran variedad de estímulos cambiantes, sino para los propios lugareños. Todo pequeño suceso o escándalo es comentado con deleite una y otra vez, cada novedad perseguida, cualquier alteración de la rutina saludada como un alivio de la monotonía. A mí me apreciaban porque los distraía. Nadie podía estar seguro de lo que haría a continuación. Quizá me iría a la ciudad y traería alguna nueva maravilla o alguna anécdota. Quizá vendría alguien a visitarme. Quizá me iría a Poli y encontraría cerveza. Quizá saldría con alguna nueva tontería. Era una fuente constante de conversación."

"La vida de hombres y mujeres permanece en gran medida separada. Un hombre puede tener numerosas mujeres pero pasar el tiempo con sus amigos mientras ellas están con las otras esposas o las vecinas. Tal comportamiento es similar al que se da en el norte de Inglaterra. La mujer prepara la comida para su marido y sus hijos pero él come solo, a lo sumo con el hijo mayor. También cultivan la tierra separadamente. Ella cultiva sus alimentos y él los de él, aunque quizá la ayude en las tareas más duras. Hombre y mujer se encuentran con propósitos sexuales en la choza de él según una rotación que ya han acordado de antemano con las demás esposas. A ojos de un occidental la familiaridad o el afecto que se demuestran es escaso. Los dowayos me contaron extrañados que la esposa de un misionero americano salía corriendo de casa a recibir a su marido cuando éste regresaba de algún viaje. Se partían de risa por el hecho de tener que pedirle a la mujer del misionero, en vez de a él, que los llevara en el coche, y encima no parecía que le pegara nunca."

"—¿Quién ha organizado este festival?
—El hombre de las púas de puercoespín en el pelo.
—Yo no veo a nadie con púas de puercoespín en el pelo.
—No. Es que no las lleva."

"Así pues, los informantes me ponían dificultades incluso en lo referente a los animales más destacados como los leopardos. Popularmente se supone que los africanos rebosan sabiduría indígena y conocimientos ancestrales sobre plantas y animales. Son expertos en su identificación por el rastro, el olor o las señales que dejan en los árboles y se embarcan en meticulosos análisis encaminados a determinar a qué planta pertenece una hoja, fruto o corteza. Para infortunio suyo, los occidentales suelen actuar de una manera interesada en sus interpretaciones. En la época en que se daba por sentada la superioridad cultural de Occidente, era intuitivamente evidente para todos que los africanos se equivocaban en la mayoría de las cosas y que simplemente no eran muy listos. Por lo tanto, no era de extrañar que sus mentes no fueran nunca más allá de sus estómagos. El antropólogo se encontraba de forma inevitable en el papel de refutador de esta concepción del hombre primitivo. A él le tocaba demostrar que cierta lógica guiaba su comportamiento y que seguramente su sabiduría escapaba al observador occidental. En esta época de neorromanticismo, el antropólogo ético se sorprende al encontrarse de repente en el otro extremo. Actualmente, el hombre primitivo es utilizado por los occidentales, igual que lo fue por Rousseau o por Montaigne, para demostrar algo referente a su propia saciedad y reprobar los aspectos de la misma que les parecen poco atractivos. Los «pensadores» contemporáneos tienen el juicio fundamentado y equitativo en tan poca consideración como sus antecesores. Un ejemplo que me impresionó especialmente antes incluso de ir al país Dowayo fue una exposición de objetos de los indios pieles rojas. En ella se exhibía una canoa de madera y nos informaban que «Las canoas de madera funcionan en armonía con el entorno y no son contaminantes»; junto a ella había una fotografía del proceso de construcción en la que aparecían los indios quemando grandes extensiones de bosque para obtener la madera adecuada y dejando que se pudriera el resto. El «Doble salvaje» se ha alzado de su rumba y se encuentra vivito y coleando en el noroeste de Londres, lo mismo que en algunos departamentos de antropología."

Para un occidental resulta chocante que tantas actitudes africanas coincidan con las que han sido desechadas en Occidente. Cualquier funcionario colonial de los años cuarenta estaría de acuerdo con las opiniones del maestro bamileke o del sous-préfet fulani, aunque sin duda los dos africanos no aceptarían el paralelismo. La fe en ese mal definido concepto, «el progreso», y la certeza de que la obstinación y la ignorancia caracterizaban a los indígenas, que, por su propio bien, habían de ser obligados a adaptarse al presente, los equiparaba con los imperialistas más acérrimos.

"La paradoja del viajero espacial einsteiniano es una de las que más ha dado que pensar a los matemáticos. Después de recorrer el universo a gran velocidad durante unos meses, regresa a la Tierra y descubre que en realidad han transcurrido décadas enteras. El viajero antropológico se encuentra en la posición opuesta. Durante lo que parece un periodo de tiempo extraordinariamente largo, permanece aislado en otros mundos, donde se plantea problemas cósmicos y envejece de forma considerable, para regresar y descubrir que tan sólo han pasado unos meses. La bellota que plantó no se ha convertido en un gran árbol, apenas ha tenido tiempo de sacar un débil brote, sus hijos no se han vuelto adultos y únicamente sus más íntimos amigos han notado su ausencia.
Además, resulta ciertamente insultante comprobar lo bien que funciona el mundo sin uno. Mientras el viajero ha estado cuestionando sus creencias más fundamentales, la vida ha seguido su curso sin alteraciones. Los amigos siguen coleccionando cazuelas francesas idénticas y la acacia del fondo del jardín sigue creciendo espléndidamente."

domingo, 22 de octubre de 2017

Giacomo Leopardi



Sergio del Molino - La España vacía



(Fray Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, 1539)

"Algo pasó a finales de la década de 1980 en aquella España tecnopop y finalmente europeizada. El ingreso en la Comunidad Económica Europea en 1986, once años después de la muerte de Franco, se vivió como la ruptura definitiva con el problema de España. Ya no habría más Unamunos ni Ortegas ni Marañones. Ya no más Machados melancólicos. Se planearon grandes cosas. Juegos olímpicos, trenes de alta velocidad, redes de autopistas. El país se puso en obras. Europa exigía una modernización y aportaba miles de millones de pesetas para hacerla posible. Para cerrar las fábricas ineficientes, para modernizar la flota de pesca y, sobre todo, para regular la agricultura. Un vistazo a los periódicos y a los medios de comunicación de aquel tiempo devuelve una imagen de sarcasmo y descreimiento muy ibérica. Es el influjo de la mirada del Quijote, esa tendencia a observar con desdén y a desconfiar del optimista. Pero la profundidad y la velocidad de los cambios debió de causar algún vértigo. El país iba demasiado deprisa para el gusto de una clase media acostumbrada a la sobremesa eterna del franquismo. Por eso, a finales de los años 80, creció en las librerías y en los cines una forma de nostalgia. Y ya se sabe que la nostalgia es una expresión suave y resignada del miedo."

"En la película El juez de la horca, Paul Newman se propone impartir justicia con el lema “La ley, al oeste del río Pecos”, porque se decía que allí no había ley. La España vacía, en ciertos imaginarios, queda al oeste del río Pecos. La guardia civil tardó un día en cazar a los hermanos Izquierdo en los montes de la provincia de Badajoz, y casi mueren dos agentes en el empeño. A la ley le cuesta mucho hacerse valer en esos lugares que son algo así como el bosque de los cuentos infantiles, llenos de brujas y de lobos feroces. Esto se debe a que la España vacía casi nunca se ha narrado a sí misma, se ha resignado a ser narrada."

"Una tarde de 1840, en París, el poeta alemán Heinrich Heine coincidió con su amigo, el también romántico Théophile Gautier, en un concierto de piano. El segundo había anunciado que planeaba un viaje a España. Un periódico iba a enviarle como corresponsal para que contara la guerra carlista. Heine, malicioso, le preguntó a Gautier: “¿Cómo se las va usted a componer para hablar de España una vez que la conozca?”

"Su repudio no importa, porque no borra el hecho de que los orígenes del carlismo estuvieron protagonizados por personas como él. Hay un determinismo histórico, que viene de Hegel y de la filosofía idealista, que cree que las fuerzas de la historia son tan poderosas que se manifiestan y desarrollan al margen de las personas que accidentalmente las sufren y viven. La creencia de que los grandes hechos históricos son inevitables y habrían sucedido del mismo modo con independencia de las vidas y decisiones de sus protagonistas sólo se sostiene desde la fe, pues hay dirigentes que escogen la guerra o el acuerdo, guillotinar al rey o concederle la gracia, apretar el gatillo o evitar que otros lo aprieten. Hay incitadores y apaciguadores. Hay intransigentes y permeables. Al final, los edictos, los tratados y las órdenes estratégicas de los ejércitos las redactan y firman hombres y mujeres con todos esos atributos. A posteriori, la historia se lee como una sucesión diáfana de causas y consecuencias, pero a menudo olvidamos que ese sentido es una construcción, una mirada. Tiene sentido porque somos animales narrativos que necesitamos interpretar nuestro mundo en forma de relato. Por eso, los personajes parecen títeres de un narrador omnisciente que los sitúa como víctimas de un fatum. En cierto modo, es una idea consoladora que tiene mucho de sustrato religioso. El azar y lo imprevisible son cuestiones sobre las que difícilmente se puede fundar una ciencia o una narrativa, y la historia quiere ser ambas cosas a la vez. Por eso, los personajes como Calomarde pasan inadvertidos. Apenas son mencionados en una nota marginal y erudita. A lo sumo, se convierten en carne de anecdotario costumbrista. Con suerte, en un leitmotiv chistoso (durante la Segunda República, por ejemplo, las derechas repetían que los gobiernos de izquierda eran los peores que había tenido España desde Calomarde). Pero ningún historiador los considera más allá de lo instrumental, como un dato curioso o engorroso que adorna el relato de los grandes acontecimientos y de las grandes tendencias. En el fondo, tan títere y anodino como sus padres labriegos de Villel."

"Los ideólogos del carlismo buceaban en la Biblia como rabinos aplicados para justificar la superioridad del campo sobre la ciudad. Es fácil encontrar en los textos sagrados del cristianismo y el judaísmo alabanzas a los campesinos y denuestos a los habitantes de las ciudades, fuentes de pecado y decadencia y olvido del culto a Dios, pero en realidad sólo estaban recubriendo de argamasa religiosa una necesidad, convirtiéndola en virtud. El carlismo no estaba en el campo por vocación, sino porque no había conseguido triunfar en las ciudades y había sido expulsado de ellas. Por tres veces se alzó en armas con la idea de vencer a los liberales en todos los frentes. Pusieron cerco a ciudades como Zaragoza y Bilbao, y a punto estuvieron de tomarlas. Si no alcanzaron Madrid fue porque las tropas gubernamentales no les dejaron acercarse, pero su propósito era conquistar todo el país. Al verse relegados al campo, fueron acompasando su ideología tradicionalista con la sensibilidad de los campesinos, y encontraron un filón en el odio a las ciudades. Los campesinos asentían encantados ante cualquier perorata antiurbana, ese lugar lleno de furcias, borrachos y ladrones. Y de políticos ateos y corruptos. Y de cortesanos afeminados. Donoso Cortés escribía: “El cristianismo reveló al hombre la sociedad humana; y como si esto no fuera bastante, le reveló otra sociedad mucho más grande y excelente, a quien no puso en su inmensidad ni términos ni remates. De ella son ciudadanos los santos que triunfan en el cielo, los justos que padecen en el purgatorio y los cristianos que padecen en la tierra”. No como en las ciudades, donde no hay santos ni justos ni cristianos."

"El carlismo no logró triunfar, pero no porque su proyecto fuera disparatado. Durante sus primeros setenta años de historia fue la mayor amenaza para el estado liberal español, por encima de los revolucionarios socialistas y anarquistas. En los siglos XX y XXI se ha visto cómo sociedades como Irán o Afganistán caían en manos de insurrecciones religiosas equiparables al carlismo. Y, aunque no logró imponerse, su persistencia como cultura política dominante en amplias regiones de España ha dejado una huella honda y perceptible. Buena parte de la retórica de los nacionalismos catalán y vasco es heredada directamente del carlismo, lo cual no es extraño porque el foralismo y la vindicación de una España anterior al siglo XVIII incluía la recuperación de lenguas vernáculas e identidades periféricas. Cuando los nacionalistas vascos y catalanes empezaron a construir sus edificios ideológicos a finales del siglo XIX, se encontraron con que los carlistas ya les habían hecho casi todo el trabajo. En las zonas de influencia carlista se cultivaban el catalán y el vasco. Parte de la prensa carlista estaba escrita en esos idiomas porque iba dirigida a campesinos que apenas dominaban el castellano. Pero no sólo eso. Los carlistas recuperaron instituciones medievales que querían contraponer a la administración moderna y liberal. Frente a las provincias, reinos. Frente a los gobernadores, juntas, generalidades y lehendakaris. Frente a la constitución, fueros."

jueves, 12 de octubre de 2017

Elisabeth Noelle-Neumann - La Espiral del silencio



"Nadie escapa al castigo de su censura y desagrado si atenta contra la moda y la opinión de las compañías que frecuenta... No hay uno entre diez mil lo suficientemente firme e insensible como para soportar el desagrado y la censura constantes de su propio círculo. Muchos hombres han buscado la soledad, y se han acostumbrado a ella; pero nadie que tenga el menor entendimiento o sentido humano puede vivir en sociedad con la continua aversión y mala opinión de los familiares y las personas con las que trata. Es un peso demasiado grande para poder sufrirlo."

John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano

miércoles, 4 de octubre de 2017

Simon Leys - Los náufragos del Batavia: Anatomía de una masacre


"El mar lava todos los crímenes de los hombres."



"Pero a pesar de las instrucciones que habían recibido, mientras los navegantes continuaron siendo incapaces de calcular su longitud, siguieron estando expuestos al peligro de un choque involuntario con el continente australiano. En doscientos años, de todos los navíos que partieron para Insulindia, uno de cada cincuenta no llegó nunca a destino (y, a la vuelta, uno de cada veinte no regresó nunca a Holanda). La mayor parte de estos desaparecidos no dejaron rastro alguno; solo cabe suponer que muchos se perdieron en la costa australiana, pero es imposible determinar su número exacto, ya que solo algunos de estos naufragios han podido ser localizados e identificados con precisión, a veces con siglos de retraso. Así, por ejemplo, un misterio rodeó largo tiempo la suerte del Zuytdorp: había zarpado del Cabo en 1712 con destino a Batavia, pero nadie lo volvió a ver nunca más. Doscientos años más tarde, en 1927, un pastor australiano descubrió en lo alto de un acantilado salvaje diversos objetos erosionados por el tiempo y por la herrumbre, pero con las marcas claramente legibles: habían pertenecido a miembros de la tripulación del navío perdido; y poco después, en efecto, unos submarinistas encontraron entre los arrecifes, en el fondo marino, lo que quedaba de su pecio. Era evidente que, tras el naufragio, un cierto número de supervivientes había conseguido escalar el acantilado, y posteriormente sobrevivir durante un tiempo en estos lugares desolados."

(Mike Dash - Batavia’s Graveyard)

lunes, 2 de octubre de 2017

Mark Lilla - Pensadores temerarios - Los intelectuales en la política


George Zarkadakis - In Our Own Image


Oswald Spengler - La decadencia de Occidente



"En su ensayo La decadencia de Occidente (1.er volumen 1918 y 2º volumen 1923) pretendía llevar a cabo un estudio de las formas subyacentes a los acontecimientos concretos, de la macroestructura dentro de la cual fluyen todos los acontecimientos históricos particulares. Spengler presentaba la historia universal como un conjunto de culturas (Antigua o Apolínea, Egipcia, India, Babilónica, China, Mexicana, Occidental o Fáustica) que se desarrollaban independientemente unas de otras —como cuerpos individuales— pasando a través de un ciclo vital compuesto por cuatro etapas: Juventud, Crecimiento, Florecimiento y Decadencia, como el ciclo vital de un ser vivo, que tiene un comienzo y un fin determinados. Además, cada una de las etapas que conformaban el ciclo vital de una cultura presentaba, según el esquema spengleriano, una serie de rasgos distintivos que se manifestaban en todas las culturas por igual enmarcando los acontecimientos particulares. Con base en este esquema y aplicando un método que él llamó la “morfología comparativa de las culturas”, Spengler proclamó que la cultura Occidental se encontraba en su etapa final, es decir, la decadencia, y afirmó que era posible predecir los hechos por venir en la historia del Occidente."

domingo, 1 de octubre de 2017

Mark Lilla - The Shipwrecked Mind - On Political Reaction


"The Shipwrecked Mind showcases Lilla’s gift for sketching out such long histories — and historical mythologies — with a few artful brushstrokes, covering centuries of thought and politics in a few pages. (His chapter titled ‘From Luther to Walmart,’ channeling academics such as Alasdair MacIntyre and Brad Gregory to describe the post-Reformation descent into today’s rapacious capitalism, is a minor classic all on its own.)

—Carlos Lozada, The Washington Post"