sábado, 10 de febrero de 2024

Gredos 092 - Séneca - Epístolas Morales a Lucilio, I (Libros I-IX, Epístolas 1-80) 274-

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Trato humano con los esclavos

Lucilio, conforme pide la sabiduría, trata con bondad a sus esclavos (1). No como aquellos a los que humilla su compañia, que no  les dejan hablar (2-4). A los esclavos les hacemos enemigos por abusar de ellos, exigiéndoles servicios humillantes. Pero a veces se invierten los puestos -caso de Calixto-. Todos podemos ser esclavos (5-10). Hemos de tratar a los esclavos como quisiéramos que nos trataran los superiores. Todos podemos tener un señor. Nuestros mayores nos dieron ejemplo de convivencia familiar (11-14). A ningún esclavo hay que excluir por razón de su oficio. Son las costumbres las que cuentan. No vale la condición social. Hay nobles que son esclavos (15-17). Consigamos que los esclavos sean respetuosos: si respetan, amaran. Se les puede amonestar, no azotar. No obremos como los que fingen haber recibido una ofensa para causarla luego ellos (18-20). Lucilio debe perseverar en su buena disposición (21).

Con satisfacción me he enterado por aquellos que vienen de donde estás tú que vives familiarmente con tus esclavos. Tal comportamiento está en consonancia con tu prudencia, con tus conocimientos. «Son esclavos)). Pero también son hombres. «Son esclavos». Pero también comparten tu casa. «Son esclavos)).Pero también humildes amigos. «Son esclavos». Pero también compafieros de esclavitud, si consideras que la fortuna tiene los mismos derechos sobre ellos que sobre nosotros 493

Así, pues, me río de esos personajes que consideran una bajeza cenar en compafiía de su esclavo. Y jcuál es el motivo sino la muy insolente costumbre que obliga a que permanezca de pie, en torno al seííor, mientras cena, un tropel de esclavos? Aquél come más de lo que puede tomar; con enorme avidez fatiga su vientre dilatado, desavezado  ya a su propia función, para luego vomitarlo todo con mayor esfuerzo del que puso al ingerirlo. En cambio, a los infelices esclavos no les está permitido mover los labios ni siquiera para hablar. Con la vara se ahoga todo murmullo, sin que estén exentos de azotes ni aun los ruidos involuntarios: la tos, el estornudo, el sollozo. Con duro castigo se expía quebrantar el silencio con una sola palabra. Ellos permanecen de pie toda la noche en ayunas y en silencio.

Así acontece que hablan mal de su dueño esos esclavos a los que no está permitido hablar en presencia del dueño. En cambio, aquellos esclavos que podían conversar no ya en presencia de sus dueños, sino con los mismos dueños, cuya boca no era cosida, estaban dispuestos a ofrecer por ellos el cuello y desviar hacia su cabeza el peligro que les amenazaba. En los banquetes conversaban, pero en medio del tormento callaban.

Además, fruto de esa misma insolencia, se repite este refrán: tantos son los enemigos cuantos son los esclavos. Éstos no son enemigos nuestros, los hacemos. Paso por alto, de momento, otras exigencias crueles, inhumanas, como el abusar de ellos no ya en su condición de hombre, sino en la de bestias de carga. Cuando estamos recostados para la cena, uno limpia los esputos, otro agazapado bajo el lecho recoge las sobras de los comensales ya embriagados

Otro trincha aves de gran precio: haciendo pasar su mano experta por las pechugas y la rabadilla con movimientos precisos, separa las porciones. Desgraciado de él, que vive para este solo cometido: descuartizar con habilidad aves cebadas; a no ser que sea aún más desgraciado el que enseña este oficio por placer, que quien lo aprende por necesidad.

Otro, el escanciador, engalanado como una mujer, está en conflicto con su edad: no puede salir de la infancia, se le retiene en ella; y, a pesar de su constitución propia ya de soldado, depilado, con el vello afeitado o arrancado de raíz, pasa en vela toda la noche, que reparte entre la embriaguez y el desenfreno de su dueño para ser hombre en la alcoba y mozo en el convite

Otro a quien está encomendada la selección de los comensales, desdichado, permanece de pie y espera a quienes el espíritu servil o la intemperancia en el comer o en el hablar les permitirá volver al día siguiente. Añade a éstos los encargados de la compra que tienen un conocimiento minucioso del paladar de su dueño, que saben cuál es el manjar cuyo sabor le estimula, cuyo aspecto le deleita, cuya novedad, aun teniendo náuseas, puede reanimarle, cuál el que, por estar ya saciado, le repugna, cuál el que le apetece aquel día. Cenar en compañía de éstos no lo soporta y considera una merma de su dignidad acercarse a la misma mesa con su esclavo. Mas ¡los dioses nos asistan!, ja cuántos de esos esclavos los tiene por señores!










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