"La identidad colectiva de los pueblos protestantes está levantada sobre la denigración de los católicos y, entre estos, España ocupa un lugar de honor. Cada nación protestante construyó su ser, su necesidad de ser, por oposición y contraste con los demonios del Mediodía. Si este apoyo faltara, ¿dónde buscar el soporte que sostenga la diferencia? A los pueblos católicos les cuesta entender esto porque no hay nada parecido en los mimbres de su identidad. El católico no necesita pensar en el protestante para existir, ni busca considerarlo un ser inferior y moralmente degradado para creer que su catolicismo es lo correcto. Piensa que están equivocados y nada más. No requiere del otro para justificar su existencia en el mundo. Su ser católico no crece ni mengua porque el protestante exista. En cambio, las iglesias protestantes se levantaron contra algo y ese algo tenía y tiene que ser necesariamente muy malo. Por lo tanto no hay esperanza alguna de que decaigan los prejuicios protestantes contra España porque están escritos en el ADN de su identidad colectiva. Cuanto peor es el enemigo, mejores somos nosotros y más razones tenemos para habernos separado de ellos. Maltby no se equivoca cuando habla de ese «odio imperecedero de los protestantes en todo rincón de Europa, hasta un grado tal que acaso no lo hayan notado ni aun los propios hispanistas»."
"Influida por Francia, la Inquisición española en Navarra volvió en 1610 a introducir el delito de brujería y la pena de hoguera para este. En medio de una oleada de histeria colectiva 7.000 personas fueron acusadas de brujería. Desconcertados por la virulencia que iba tomando el problema, la Suprema envió al inquisidor Alonso de Salazar con el encargo de hacer una investigación exhaustiva de los hechos. Las conclusiones de Salazar son determinantes: «No hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar de ellos». Salazar sostenía que el aspecto demoniaco de los hechos era irrelevante y que lo que había que juzgar eran los mismos hechos. Si alguien le tira un tiesto a un prójimo y le abre la cabeza, es este el hecho positivo que hay que considerar. Si el autor o la víctima creen que esto ha sucedido por alguna intervención del demonio, el inquisidor no puede entrar a juzgar lo que uno u otro crea, sino el hecho en sí. «Búsquese siempre en los hechos cuerpo manifiesto de delito conforme a derecho y no se vaya a probar casso, muerte ni daño que no ha acontecido», escribe el inquisidor general Pedro de Valencia en sus instrucciones. Este criterio de Salazar y Valencia, que no todos compartían, prevaleció. Nunca más se juzgó a nadie por el solo delito de brujería."
(Stuart B. Schwartz, All Can Be Saved: Religious Tolerance and Salvation in the Iberian Atlantic World, 2008)
"Se fundaron en América más de veinte centros de educación superior. Hasta la independencia salieron de ellos aproximadamente 150.000 licenciados de todos los colores, castas y mezclas. Ni portugueses ni holandeses abrieron una sola universidad en sus imperios. Hay que sumar la totalidad de las universidades creadas por Bélgica, Inglaterra, Alemania, Francia e Italia en la expansión colonial de los siglos XIX y XX para acercarse a la cifra de las universidades hispanoamericanas durante la época imperial."
"Influida por Francia, la Inquisición española en Navarra volvió en 1610 a introducir el delito de brujería y la pena de hoguera para este. En medio de una oleada de histeria colectiva 7.000 personas fueron acusadas de brujería. Desconcertados por la virulencia que iba tomando el problema, la Suprema envió al inquisidor Alonso de Salazar con el encargo de hacer una investigación exhaustiva de los hechos. Las conclusiones de Salazar son determinantes: «No hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar de ellos». Salazar sostenía que el aspecto demoniaco de los hechos era irrelevante y que lo que había que juzgar eran los mismos hechos. Si alguien le tira un tiesto a un prójimo y le abre la cabeza, es este el hecho positivo que hay que considerar. Si el autor o la víctima creen que esto ha sucedido por alguna intervención del demonio, el inquisidor no puede entrar a juzgar lo que uno u otro crea, sino el hecho en sí. «Búsquese siempre en los hechos cuerpo manifiesto de delito conforme a derecho y no se vaya a probar casso, muerte ni daño que no ha acontecido», escribe el inquisidor general Pedro de Valencia en sus instrucciones. Este criterio de Salazar y Valencia, que no todos compartían, prevaleció. Nunca más se juzgó a nadie por el solo delito de brujería."
(Stuart B. Schwartz, All Can Be Saved: Religious Tolerance and Salvation in the Iberian Atlantic World, 2008)
"Se fundaron en América más de veinte centros de educación superior. Hasta la independencia salieron de ellos aproximadamente 150.000 licenciados de todos los colores, castas y mezclas. Ni portugueses ni holandeses abrieron una sola universidad en sus imperios. Hay que sumar la totalidad de las universidades creadas por Bélgica, Inglaterra, Alemania, Francia e Italia en la expansión colonial de los siglos XIX y XX para acercarse a la cifra de las universidades hispanoamericanas durante la época imperial."
Juicio de residencia
"El intelectual y revolucionario cubano Roberto Fernández Retamar escribió en 1976 que todas las conquistas han tenido sus horrores, lo que no han tenido las otras son hombres como estos, refiriéndose a Montesinos, Las Casas y sus compañeros. Podría añadirse: y una nación que los escuchara. Puede el lector fatigar las leyes británicas y las actas parlamentarias. En vano. No encontrará leyes sobre el trato debido a los indígenas en los territorios que se iban conquistando en Norteamérica o planes para su integración. Simplemente no existen. Nadie se plantea (los clérigos tampoco) que tengan alma, o que necesiten atención hospitalaria o que se pueda pactar con ellos."
"Las nuevas razas dominantes en Occidente necesitan no solo demostrar su superioridad moral frente al putrefacto mundo católico-latino, sino también su superioridad psicofísica. La superioridad moral del protestantismo no tocaba la línea de flotación del mundo católico-latino. Si el protestante pensaba que él era moralmente superior y que su Iglesia era la verdadera, el católico pensaba lo mismo, y esto, al menos hasta el siglo XVIII, lo mantiene a salvo de asumir su propia inferioridad. Pero no por mucho tiempo. Este paso se va a dar justamente en este siglo y el racismo científico va a ser una de sus principales herramientas, aunque no la única. El racismo tiene necesariamente que justificarse científicamente a partir del siglo XVIII, porque la ciencia va a asumir la maquinaria de la mitología social y la administración de la moral a partir de este tiempo. Todo racismo tiene un origen y una justificación, que en cada caso se corresponde con la ideología-religión del grupo que defiende su superioridad. Y la de este grupo es la ciencia, que es la que a partir de ahora va a decir qué es lo bueno y qué es lo malo."
"Las nuevas razas dominantes en Occidente necesitan no solo demostrar su superioridad moral frente al putrefacto mundo católico-latino, sino también su superioridad psicofísica. La superioridad moral del protestantismo no tocaba la línea de flotación del mundo católico-latino. Si el protestante pensaba que él era moralmente superior y que su Iglesia era la verdadera, el católico pensaba lo mismo, y esto, al menos hasta el siglo XVIII, lo mantiene a salvo de asumir su propia inferioridad. Pero no por mucho tiempo. Este paso se va a dar justamente en este siglo y el racismo científico va a ser una de sus principales herramientas, aunque no la única. El racismo tiene necesariamente que justificarse científicamente a partir del siglo XVIII, porque la ciencia va a asumir la maquinaria de la mitología social y la administración de la moral a partir de este tiempo. Todo racismo tiene un origen y una justificación, que en cada caso se corresponde con la ideología-religión del grupo que defiende su superioridad. Y la de este grupo es la ciencia, que es la que a partir de ahora va a decir qué es lo bueno y qué es lo malo."
El racismo. Génesis y desarrollo de una ideología de la Modernidad
"El hecho es que el mundo entero cree, contra toda evidencia, que Alemania paga sus deudas. Alemania ha recuperado la virtud (los protestantes nunca la pierden) tras el traspiés de la Segunda Guerra Mundial, que no fue más que un mal momento. Los malos que no pagan son los mediterráneos e irlandeses, esto es, los católicos u ortodoxos. En cualquier caso, no protestantes. Actúan los primeros de acuerdo a su naturaleza inmoral e inferior, y los segundos, como corresponde a la suya, es decir, de manera respetable y virtuosa.
¿Por qué el prestigio de Alemania no se ha visto mermado por lo expuesto arriba? Porque el cotarro internacional que crea y destruye opinión pública lo maneja el mundo protestante. En los países que no lo son, la propaganda es un instrumento que se maneja mal, torpemente. Si a esto añadimos que no existe en ellos ley de silencio como mecanismo social de opinión pública, entenderemos por qué la buena reputación protestante nunca se pierde. Pero es que aquellos que se ven perjudicados por las políticas de acrecentamiento de la deuda con el euro como mecanismo de control tampoco saben usar adecuadamente la información. La mayor parte de la opinión pública ignora estos hechos, y aquellos que están en la obligación de conocerlos o no los saben o no saben qué hacer o están tan aplastados por sus complejos que no atinan a nada. Esta información hubiera debido aparecer en todos los medios de comunicación de los países perjudicados por el aumento desmesurado y artificial de las primas de riesgo, no una vez o dos, sino un día sí y otro también, hasta que no quedara un solo griego, un solo italiano, un solo español o un solo portugués que no la supiera. Repetirla hasta la saciedad, hasta que impregne el ambiente con tal espesura que sea imposible respirar sin reaccionar. No contra nadie sino a favor de nosotros mismos."
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